Friday, May 20, 2011
LUIS SELEM. A TRUE STORY.
POR AVELINA LÉSPER.
El culto a lo que vemos nos une a los objetos, somos
idólatras y necesitamos personificar a lo que adoramos, así, esos objetos toman
su propia dimensión, se convierten en deseo, en vínculos con la vida, con el
pasado, con las emociones. Nos atamos a ellos y tratamos de protegerlos de la
mirada de los otros, del paso del tiempo porque tienen algo de nosotros mismos,
son nada y nos describen a nosotros. Esta fuerza, esta posesión nos dice que no
son nuestros, somos de ellos. A pesar de desconocer su verdadera sustancia, sin
tener noción consciente del peso de su existencia en la nuestra, basta la forma
materializada para que le demos un espacio en nuestra memoria. El ocultamiento
de ese objeto le aporta misterio, en la contradicción, buscamos la presencia y
negamos lo evidente, esperamos no tener alcance al todo para que la adoración
persista, para que esa posibilidad de algo fuera de nuestro raciocinio lo haga
más grande, más importante, más deseable.
En la obra pictórica de Luis Selem la observación no
es suficiente, hay algo más que está detrás de lo que vemos, algo que él ocultó
y guardó para sí mismo y que provocó que la visión de su obra fuera inagotable,
detonó que ese aspecto invisible le diera una trascendencia cambiante. La obra
es y será distinta para cada persona que la mire, así es la mutable persistencia
del arte. Esto se acentúa en la obra de Selem y se vuelve una obsesión, lo que
no está lo será sólo en la mente, en la imaginación del que mira. Si somos
resultado de nuestras pasiones secretas, si nuestros objetos de culto y de
deseo responden a lo que somos en la inhóspita profundidad de nuestro ser, estas
pinturas nos ponen a prueba, nos obligan a reconocernos en lo que no vemos. Tiresias
ciego ve el futuro, Edipo ciego se ve a sí mismo.
EL PLIEGUE EFÍMERO.
Los pliegues de las telas, de la piel, del papel son
un reto pictórico y escultórico. Miguel Ángel empapaba telas en yeso y diseñaba
los dobleces de los vestidos, los mantos de sus pinturas y esculturas. Con
estas piezas, que a su vez ya eran esculturas, sus discípulos estudiaban
volúmenes, luces, sombras, oquedades. Selem envuelve objetos distintos con
papel periódico y con esta acción los acentúa, los hace más corpóreos, estudia
cada pliegue y hace del periódico una piel que se integra a la forma para darle
otro sentido al contenido que cubre. Esta ocultación los convierte en casi
sagrados, les da un valor que perderían si los viéramos tal como son. La
pictoricidad hace de estas narraciones, de estas historias suspendidas, un
manifiesto de lo que la pintura es y significa: un zapato que no se usa, una
pelota que no juega, una botella que está sellada, estas piezas así envueltas
son inútiles como lo es la pintura que no da un servicio, es para ella, es para
el arte. El pliegue, la envoltura de lo que no vemos es un estudio del volumen,
del peso, del material y la función del cuerpo o del objeto. Para hacer verosímil lo que no está, Selem se
concentró en crear una cobertura que ponga de manifiesto con exactitud qué es
lo que protege. Los zapatos muestran las plataformas y el tacón altísimo, la
bolsa de mujer tiene presentes las asas, la correa, podemos ver del caballo de
juguete sus orejas y la elegancia de su cuerpo. El envoltorio es cuidadoso, es
una obra encima de otra obra cumpliendo la función del vestido que cubre el
cuerpo humano pero tiene capacidad estética propia. Este vestido de papel
contrasta con la condición efímera del periódico que pierde el sentido una vez
que la noticia caducó, el periódico simboliza al pasado. Es un material
desechable que cubre lo deseable, lo protege y denuncia.
BIOGRAFÍA SIN PERSONAJE.
¿De quién son esos objetos? ¿Por qué están en un limbo
vacío? Cada zapato, cada botella, el violín, están solos, cada uno en su propio
cuadro, en su propio espacio. No tenemos ni una señal para adivinar de dónde
proceden, quién los aisló del mundo y los puso dentro de ese caparazón. Son la
historia detenida, el tiempo petrificado, así, en sus mortajas no esperan más. Inútiles
pero preservados. La selección de modelos para estas naturalezas muertas es un
misterio, como lo son las piezas. Qué hacen reunidos una pelota, una botella y
unos lentes. Ser de nadie, avisar de algo que sucedió y que ya no lo es más. Es
tan desolador su juego que los lentes, con su perfecta cobertura, parecen susurrar
“no veré más”. Selem hace con el periódico un diálogo cifrado, su preciosista
trabajo de manipular los pliegues para crear una forma va cazando palabras
sueltas y nos obliga a ver las piezas, a seguir los dobleces del papel y,
además, nos impone leerlas. Los lentes dicen “Rolling”, una botella “Nueva
York” y otra “Chaplin”; el caballo conserva el encabezado “adrenalina”; un
zapato, que en la vida real sería imposible de usar, destaca “me gustan los
caminos fáciles”. Fragmentos de una historia, pedazos de una trayectoria,
frases sueltas que regresan en la arbitrariedad de la memoria. Son estados de
melancolía, la pintura de Selem a veces ironiza pero persiste en la nostalgia,
habita con su formato, se impone con su sobrio planteamiento escultórico, y
logra el silencio, hace que estemos ahí, y tomemos la compañía de esas cosas,
de esos elementos que son la vida de alguien que ya no existe.
READYMADE Y REALIDAD.
La pintura otorga una fuerza inusitada a lo que no lo
tiene en la realidad inmediata y limitada. Cada uno de los elementos que Selem
pinta es un readymade en su condición primera y sin embargo Selem se empecina
en convertirlos en otra cosa a través de la pintura. Una botella o un cuadro envueltos
en periódico son comunes y corrientes, están así en una mudanza, en una tienda,
en cualquier sitio, si lo vemos en una pintura adquieren otra dimensión, la
realidad es menor ante el impacto de la obra que es artificio. Indudablemente
es una decisión estética de consecuencias existenciales, Selem decide pintar
porque es pintor, porque tiene el talento para que esto que es simple,
reconocible y accesible tome un sitio en el espacio de nuestra memoria con el
lenguaje del arte. Parte de esta resolución es la elección de este tema, de
esta naturaleza muerta de lo insignificante y cotidiano, de lo que pasa
desapercibido. El artista saca a esas cosas de su anonimato y nos comunica su
potencial dramático, estético y visual. No vemos hasta que nos obligan a ver,
no sabemos hasta que nos abren la mirada a otra cosa. Los zapatos y el caballo son
la materialización pictórica de algo que niegan, están para no ser. Al
cubrirlos el pintor nos dice no importa la cosa, lo que importa es pintar.
RESURRECTION GAME.
Sin título, 2012, 90 x 150. Unos pies sobresalen, un
cuerpo está cubierto con una mortaja de periódicos. El realismo de la pintura
de Selem les otorga carnalidad, los hace verdaderos. La pintura es el artificio
que es verdad, es la ficción que explica y narra a la realidad. Este cuerpo
inerte, descansa en un limbo gris, no sabemos si está en una mesa o en el
suelo. Está, como el resto de los objetos, suspendido en el tiempo. En esta
historia siniestra sospechamos que a ese cuerpo lo envolvió la misma persona
que cubrió a los otros objetos, él es víctima de las manos de alguien que no
aparece, que es parte de lo que Selem oculta. Esos pies podrán haber usado los
zapatos. Esa persona tal vez bebió las botellas. Hay un marco, del que no vemos
la obra que contiene, y que muestra el encabezado “returns to its old splendor”.
Ese cadáver contradice esas palabras: ya no podrá regresar a su esplendor. El
cuerpo abandonado, sin rostro, sin nombre y sin sexo se une a la condición de cosa,
no es alguien, es un pretexto pictórico. La inmovilidad es obligatoria para
mantener la forma de la mortaja, un suspiro rompería el papel. La piel muerta
se reseca como el papel periódico. Con el resto de las pinturas hacemos el
ejercicio de imaginar lo que hay dentro del papel, con esta tenemos miedo de
pensarlo, no queremos conocer la historia. Está inerte y cubierto de algo que
no le da dignidad a la muerte, vuelve al cuerpo un despojo, es un pedazo de
carne. Selem es justo en su pintura, equilibra el realismo absoluto con
elementos esenciales, da a la composición un sentido de monumentalidad para que
el espacio pictórico, la frontera del lienzo no dé lugar a nada más, eso hace
de la soledad un elemento dramático sensorial, invisible pero real. Lo único,
lo que es solo, eso es la unidad de la obra de arte, es la voz interna que nos
acompaña. Ese cadáver no está ahí para ser sepultado, lo sacraliza la pintura. Es
el inicio de una historia que Selem narra con sus pinturas, es el compromiso de
pintar porque el arte va más lejos que la vida.